La educación es una posibilidad y una categoría humana. Una posibilidad en cuanto a que sea viable, y factible el proceso educativo. Y una categoría humana, en cuanto a que sólo el hombre, y sólo de él se predica que es educable.
Del hombre se afirma también, que es perfectible, en cuanto es un ser inacabado, con vocación a ser más, que evoluciona y trasciende; un ser histórico, sociable, perfectible, un ser que va tras su propia dignidad, en la consecución de una mayor perfectibilidad. La educación es un proceso de superación individual, puesto que con ello se intenta que el sujeto se vaya desarrollando y haciendo efectivas sus propias potencialidades y posibilidades, que vaya descubriendo sus propias limitaciones y asumiendo los tipos de actividades, relaciones y manifestaciones, más acordes con sus características personales.
Es en este concepto que queremos asumir el desafío de educar a personas capaces de ser perfectibles, considerando su singularidad porque sólo el hombre se diferencia individualmente por el espíritu que lo distingue y como ser espiritual hace referencia a la búsqueda constante de una identidad, como el encuentro consigo mismo y con los demás, hasta llegar a un encuentro total con el creador.
A partir de lo anterior, concebimos la educación como un proceso dinámico y perfectible, que se caracteriza por su acción y su forma sistemática y científica, cuyo fin permite el desenvolvimiento integral de las potencialidades más significativas y distintas del ser humano, en el desarrollo de su afectividad, su intelecto y sus destrezas sicomotoras.
Los seres humanos constituyen el “ser”, y las concepciones el “debe ser”. Entonces, para que el “ser” pueda lograr el “deber ser”, nuestra concepción educativa ha de construirse basada en lo que queremos lograr al formar en nuestros educandos a personas dotadas de capacidades intelectuales, físicas, afectivas, artísticas y motoras y con una base valórica que les permita ser personas felices y realizadas aportando al engrandecimiento de nuestra nación.